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Un supervolcán se diferencia de un volcán en que, por lo general, no hay una montaña asociada con él. Es decir, que la caldera puede encontrarse perfectamente bajo un llano.
Los volcanes están compuestos por una columna de magma – roca fundida – que asciende a la superficie desde lo más profundo de la Tierra y que se endurece por capas en ambos lados. Esto forma el cono o cráter que estamos acostumbrados a observar en algunas montañas y que asociamos a un volcán.
Los supervolcanes, por el contrario, comienzan a formarse cuando el magma asciende desde el manto y crea un depósito en ebullición en la corteza de la Tierra. Esta cámara aumenta de tamaño hasta alcanzar unas dimensiones enormes, creando una presión colosal hasta que, finalmente, entra en erupción. Este tipo de explosión lanza ceniza, polvo y dióxido de sulfuro a la atmósfera reflejando los rayos del sol y creando una ola de frío (invierno volcánico) que dura años. Como consecuencia de este invierno volcánico muchos campos perderían sus cosechas, animales y plantas podrían extinguirse y el hombre, sufriría un gran descenso en su población. Además, la erupción de un supervolcán alteraría la orografía del terreno. Estos volcanes, que constan de una gigante caldera, recibieron el nombre de supervolcanes por una popular película-documental producida por la BBC en el año 2000 llamada Supervolcán.
En cuanto al tipo de explosiones, los supervolcanes pueden causar erupciones masivas y extensas provincias ígneas, debido a los flujos basálticos.
Se conocen al menos 1.500 volcanes activos en la tierra y se calcula que habrá unos 10.000 en el suelo oceánico. Sin embargo, la cifra podría ser incluso mayor. En cuanto a los supervolcanes, no existe una cifra oficial al respecto. Para clasificar a un volcán como un supervolcán se ha tomado como referencia una erupción de magnitud 8 en el Índice de Explosión Volcánica, (VEI-8). Una erupción de esta magnitud emite más de 1.000 kilómetros cúbicos de magma. La más reciente tuvo lugar hace 74.000 años en la Caldera de Toba en Sumatra, Indonesia. Las erupciones de este tipo ubican grandes calderas en el planeta:
- Aira Caldera en Japón
- Aso en Japón
- Campi Flegrei en Italia
- Kikai Caldera en Japón
- Long Valley Caldera en California (Estados Unidos)
- Lake Taupo en Nueva Zelanda
- Lake Toba, en Sumatra (Indonesia)
- Valle Grande en Nuevo México (Estados Unidos)
- Yellowstone Caldera en Wyoming (Estados Unidos)
- La Garita Caldera en Colorado (Estados Unidos)
Los efectos de una erupción de un supervolcán nada tienen que ver con los que causa un volcán normal. En el caso de Yellowstone, justo antes de su erupción, tendrían lugar terremotos
importantes en la región, el suelo seguiría elevándose hasta que, finalmente, un terremoto rompiese la capa de rocas que mantiene el magma en la cámara magmática y, toda la presión que el supervolcán ha retenido durante 640.000 años sería expulsada al exterior con toda su potencia, produciendo una erupción devastadora.
El magma sería lanzado a más de 50 kilómetros de altura en la atmósfera, cubriendo un radio de miles de kilómetros matando toda clase de vida con la ceniza, la lava y la fuerza de la explosión. Mil kilómetros cúbicos de ceniza volcánica – mortal al inspirar – cubrirían la tierra, con una gruesa capa, hasta miles de kilómetros de distancia.
Una erupción de esta magnitud afectaría los Estados cercanos de Montana, Idaho y Wyoming, así como otras zonas de los Estados Unidos y el mundo.
Sin embargo, aunque miles de personas podrían morir en unos minutos después de su erupción, los efectos a largo plazo para la Tierra serían igualmente terribles.
La ceniza volcánica bloquearía la luz del sol haciendo que la Tierra entrara en un invierno volcánico, con un descenso acusado de las temperaturas en todo el planeta. La fauna, la flora y las personas morirían como consecuencia de la falta de comida, el frío, las enfermedades...
La población mundial se vería seriamente afectada por este catastrófico evento.